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GEOMETRIA SAGRADA ....... ( FLOR DE LA VIDA )

La Geometría Sagrada es valiosa para nosotros porque es una meditación para el lado izquierdo de nuestro cerebro.
Gracias a ello la parte racional de nuestro cerebro entiende conceptos y experiencias que normalmente son para el hemisferio derecha , la parte intuitiva y emocional.
De esta manera nuestro “yo racional” deja de interferir y de poner en duda las experiencias de la parte derecha y nuestra evolución puede continuar más rápida y más fuerte y más consolidada.
La Geometría Sagrada es un lenguaje matemático perfecto, que nos ayuda a entender la Unidad, el origen único de todas las cosas lo que para algunos es Dios, Gran Espíritu, Infinito, Madre Naturaleza…
La Flor de la Vida es la matriz geométrica de donde se genera toda la creación. Es el más significativo de los simbolos de la Geometría Sagrada. Dentro de él se encuentra codificado el patrón de toda la Creación.
Es un lenguaje universal que nos permite acceder al conocimiento ancestral que contiene la memoria celular.
La información codificada permite entender la sabiduría de casi todas las culturas y civilizaciones. Es la clave para entender la naturaleza, el valor del color y del sonido y mucho más. A partir de este símbolos se crean todas las formas posibles en esta dimensión, los Sólidos Platónicos.
Toda esta información que nuestra alma reconoce y recuerda perfectamente nos permite una gran expansión de nuestra conciencia, un acceso consciente a nuestros orígenes que puede ser la clave para entender muchas de las situaciones que vivimos en este presente.

LA FLOR DE LA VIDA

“Alguna vez, toda la vida en el universo conocía la Flor de la Vida como el patrón de la creación, el diseño geométrico que nos conduce dentro y fuera de la existencia física. Entonces, desde un estado muy alto de conciencia, caímos en la oscuridad y olvidamos en donde estábamos. Durante miles de años el secreto estuvo escondido en artefactos antiguos y en tallados alrededor del mundo y codificado en las células de toda la vida. Ahora nos estamos elevando de ese sueño, sacudiendo creencias viejas y trilladas de nuestras mentes y vislumbrando la luz dorada de este nuevo amanecer, fluyendo a través de las ventanas de la percepción. Este libro es una de esas ventanas.”
La geometría sagrada podría explicarse como un complejo sistema de reconocimiento de patrones emanados desde un centro jamás acotado por nuestra cultura sino que más bien define una parte esencial de ella. Ecos matemáticos cuya perfección y diseño original se encuentran más allá del alcance de las proyecciones humanas y que envuelve los ritmos estructurales y simbólicos del tiempo, el espacio y la forma. Un pulso generador de la semilla del universo que percibimos, pero también de aquel que rebasa nuestra percepción ordinaria.
Las formaciones o patrones propios de la geometría sagrada también guardan una naturaleza didáctica. Por un lado refieren a un camino interior o espiritual en el espectador o el oyente, como una especie de recordatorio que invariablemente le remite a un plano de lo esencial, más allá de las coordenadas sensoriales y emocionales que son generadas por el entorno cultural. Por otro, estas configuraciones funcionan como portales que, de ser entendidos no por la razón sino por el espíritu, ofrecen un acceso certero a algunas de las verdades universales que la evolución de la conciencia nos requerirá en algún punto de nuestras vidas.
Dentro de un plano más formal o académico, la geometría sagrada es considerada por las disciplinas sociales de estudio como aquella continuidad matemática que define al arte y la arquitectura religiosos. Desde esta perspectiva se pueden detectar tres variables fundamentales propias de la geometría sagrada: la proporción en el diseño, la numerología en la estructura y el lenguaje simbólico en la narrativa.
Pero si desde una perspectiva más arriesgada o sensible la geometría sagrada representa una gramática visual arquetípica, que engloba aquellos patrones mediante los cuales el universo se desdobla a sí mismo, podríamos contemplar la idea de que sus manifestaciones representan una especie de destellos o pinceladas del mapa genético del propio universo. Esto es, ¿cómo guía su evolución un universo autoreplicante? O, mejor dicho, ¿cómo se manifiesta la fuente infinita de conciencia que define los trazos de este pulso autoreplicante mediante el cual nuestro universo se desdobla?
La creencia de un dios creador de nuestro universo siguiendo un mapa geométrico es compartido por diversas culturas ancestrales. Platón afirmaba que Dios se “geometriza” continuamente, mientras que los mayas entendían la matemática astral, espejeada también en los ritmos que guiaban la naturaleza terrestre, como un conducto para dialogar con las deidades y decodificar así sus invaluables consejos.
Los egipcios, los celtas, los romanos, los babilonios, los indios y muchas otras culturas, incluyendo todas las primigenias, también utilizaron ciertos preceptos geométricos similares en la práctica de sus respectivas religiones. Lo anterior sugiere una esencia claramente arquetípica y que va más allá de una concepción original por el hombre en estas formaciones.
Por otro lado Pitágoras atribuía una naturaleza divina al hecho de que una cuerda oscilante, que fuese detenida justo a la mitad de su recorrido, produce un octavo, mientras que una proporción de 2:3 produce un quinto perfecto, uno de 3:4 genera un cuarto perfecto y así subsecuentemente. Además, este mismo matemático y filósofo y místico griego de quien tan poco se sabe, adjudicaba a ciertas proporciones armónicas poderes curativos que podían sintonizar la naturaleza del cuerpo humano.
Es importante destacar que la influencia palpable de la geometría sagrada no solo permea los objetos materiales o gráficos, también se proyecta en estratos más sutiles o intangibles como las composiciones musicales, la luz, la cosmología, la geomancia y nuestra estructura genética. Y no es únicamente la conciencia humana la que se rige de acuerdo a estos patrones. De hecho, su presencia suele ser más clara y elegante en la inteligencia natural: el vuelo sincronizado de las aves, la formación espiral de galaxias, el cíclico comportamiento sonoro de las olas o los trazos de las flores, de las manchas del jaguar y de nuestro propio cuerpo.

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